Comer bien
para pensar mejor
El cerebro y especialmente el cortex, procesa el
discernimiento, la razón, la memoria, la asociación de ideas y el intelecto….
Es el mayor consumidor de oxígeno del cuerpo.
Le sigue el aparato Digestivo, que es el 2º.
Comprobamos que después de una copiosa comida, no tenemos
grandes recursos para pensar, la mente racional se vuelve pesada, y hay que
dejar que la digestión de la comida finalice y reponer este precioso
combustible que es el oxígeno, antes de abordar la otra “digestión”.
Esto es una muestra de la importancia que tiene el alimento
en nuestro pensamiento.
Lo ideal es escoger principalmente alimentos fáciles de
digerir, de metabolizar, que no gasten más energía para asimilarlos que la que
nos aportan, que no ensucien el medio interno con los residuos sobrantes, sino
que ayuden al tener una sangre limpia y equilibrada.
Nos alimentamos de otras formas de vida, vegetal y animal,
que forman el medio que nos rodea.
Y al hacerlo, convertimos ese medio externo, en parte de
nuestro medio interno, de nuestros huesos, músculos, fluidos…
Al decidir nuestra comida, no sólo decidimos que nutrientes
y en qué cantidad, también estamos decidiendo la “información” que vamos a
integrar en nosotros.
Es fácil imaginar lo diferente que puede ser una zanahoria,
que un alimento procesado a través de años de la mano de la esclavitud y el
dolor de muchos seres humanos.
No sólo comemos vitaminas, minerales, proteínas y
carbohidratos, comemos todo su potencial de vida.
Nos comemos el medio ambiente y al hacerlo nos ponemos unas
gafas muy concretas para percibir ese medio con el color de esas gafas, y luego
lo llamamos Realidad.
Si nos fijamos en la ley de Correspondencia y su entamado,
iremos teniendo una visión más profunda de las cosas y descubriendo como existe
una trama, que unifica todo, desde lo más elevado a lo más profano, pero en el
fondo, todo es LUZ, vibrando en diferentes niveles.
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